Invierno caribeño: tercera y última parte del viaje por la ruta maya
Es un lugar común pensar al Caribe como sinónimo de sol y playas. Sin embargo, a nosotros nos tocó ir al hemisferio Norte en el invierno más frío de los últimos tiempos, lo que significó temperaturas más bajas de lo habitual (los lugareños comentaban acerca del “tremendo frío”, aunque no era mucho más que un otoño porteño en el peor de los casos), bastante lluvia y días nublados. Pero cuando la capa de nubes cedía, el sol caribeño aparecía y nos achicharraba en las bicicletas. Habiendo llegado al norte del Yucatán, los últimos días nos encontraron en la situación de recorrer las costas del Caribe mexicano, famosas para el turismo, bajo una gruesa capa de nubes.
Saliendo de las grandes ruinas mayas de Chichén Itzá, que una de esas dudosas compulsas de Internet nombró una de las nuevas siete maravillas del mundo (curioso denominar “nueva maravilla” a un lugar deshabitado desde hace por lo menos siete siglos), hicimos tres jornadas relativamente cortas en las que pedaleamos de mañana para visitar por la tarde tres sitios interesantes: la ciudad de Valladolid, la zona arqueológica de Cobá y la principal ciudad maya sobre la costa, Tulum.
Valladolid es una ciudad de aspecto colonial, tranquila, fundada como su nombre lo indica por los españoles como un asentamiento destinado a controlar el interior del Yucatán, donde la resistencia indígena se prolongó durante largos años, con posterioridad al final de la conquista de los mayas por Fernando de Montejo padre, hijo y sobrino, tres conquistadores homónimos que a lo largo de veinte años de guerra brutal barrieron los señoríos mayas. La resistencia de los indígenas se prolongó durante siglos, y en Valladolid se expresó en forma dura durante la llamada Guerra de Castas, un levantamiento que empezó en 1847 y que duró cerca de cincuenta años, hasta difuminarse sin haberse resuelto la mayoría de las causas de sobreexplotación y miseria que la habían originado. La ciudad fue ocupada por los rebeldes y los habitantes “blancos” la abandonaron hasta que el ejército federal la recuperó unos años después. Una curiosa prueba de esta situación pudimos observar en el convento que visitamos en la ciudad: los arqueólogos rescataron del fondo de un cenote (los cenotes son estanques, generalmente ocultos por cavernas y grutas, de aguas subterráneas que constituyen la mayor fuente hídrica del Yucatán y que fueron sagrados para los mayas) una gran cantidad de armas de la época que los fugitivos arrojaron al agua para que no cayeran en manos de los insurgentes durante la precipitada huída.
La Guerra de Castas prueba de forma brutal hasta qué punto los sectores dominantes del México “independiente” seguían pensand a su sociedad, por lo menos en el Yucatán, en términos coloniales, donde los indios eran el vencido y el sujeto dominado y ellos, los descendientes de los conquistadores, los amos y señores. El estallido del episodio coincidió con la guerra de anexión en que los Estados Unidos arrebataron la mitad del territorio mexicano (los actuales Texas y California, entre otros estados): ante la imposibilidad de que el ejército mexicano acudiera en su ayuda, los aristócratas yucatecos pidieron auxilio a potencias extranjeras como Alemania, España, Inglaterra y los propios Estados Unidos, cediendo su soberanía a cambio del sometimiento de la revuelta. Las potencias no se mostraron interesadas, y el ejército mexicano intervino algunos años después, confinando a los insurgentes mayas a las profundidades de la selva, sin derrotarlos definitivamente.
Dejamos Valladolid para visitar las ruinas de Cobá, una ciudad maya que está poco reconstruida pero que es interesante de ver por su ubicación en un ambiente natural selvático. Las estructuras están dispersas en un área bastante grande unida por senderos construidos originalmente por los habitantes prehispánicos. Una de sus pirámides posee unas escalinatas de ascenso trabajoso y descenso de vértigo, desde donde se aprecia la enormidad de la selva yucateca.
La próxima parada fue Tulum, una muy linda ciudadela del período maya tardío que tiene la característica de estar junto al mar. Llegamos entonces, por fin, a las costas del Caribe, aunque tuvimos viento contrario en toda la ruta. Al acercarnos a Tulum, paramos en un barcito en la ruta, donde encontramos una serie de personajes curiosos, como un canadiense dueño de un “rancho”, que nos contó que vivía en la zona desde hacía treinta años y que una vez cada dos meses se iba en auto a pescar y cazar a Canadá, en una viaje de una semana de ida y otra de vuelta. El dueño del bar, por su parte, era del DF, y nos mostró los planes de construcción de un aeropuerto internacional en la zona. Posiblemente, la entrada en funcionamiento de este aeropuerto, al facilitar la llegada de los turistas sin tener que pasar por Cancún, terminará de transformar a la región en una sucesión de resorts y hoteles exclusivos.
De Tulum decidimos ir hacia Puerto Morelos, unos veinte kilómetros antes de llegar al aeropuerto de Cancún, para descansar un día en la playa antes de volar a Cuba, donde pasaríamos la última semana de este viaje. Esta última etapa fueron unos cien kilómetros que hicimos a buen ritmo, aprovechando un viento favorable. La carretera se había transformado en una autopista cuyos carteles indicadores no señalaban pueblos sino hoteles cinco estrellas y parques temáticos para el turismo, mayoritariamente estadounidense, que inunda la zona todo el año. Pasamos de largo Playa del Carmen y otros lugares famosos entre los turistas y llegamos bastante temprano a Puerto Morelos, lo que resultó una decisión acertada, al tratarse de un pueblo de pescadores transformado en centro de vacaciones pero a una escala más humana.
Al día siguiente la idea de playa se desmoronó: hacía bastante frío, viento y estaba completamente nublado. Pero a pocos centenares de metros mar adentro había una barrera de arrecifes, el Parque Nacional Arrecifes de Puerto Morelos, y se podía hacer snorkelling por no demasiado dinero. Así que salimos en una lancha, nos pusimos las máscaras y las patas de rana y pasamos unas dos horas observando la variada y colorida fauna submarina del Caribe, incluyendo un par de grandes mantarrayas.
Al día siguiente, salimos para hacer los últimos 25 km en bicicleta de este viaje, hasta el aeropuerto de Cancún, el mismo punto donde Andrés terminó su viaje de 15.000 kilómetros por América Latina en 1998, con el mismo destino, la isla de Cuba.
Ver las fotos del recorrido por el estado de Quintana Roo.
UNA SEMANA EN LA HABANA
Si bien no anduvimos en bicicleta, pasamos unos interesantes días en la capital cubana. Visitamos viejos amigos, como Manolo Guillot y Orlando Cruz, y conocimos a Alberto Granado, el compañero de aventuras del Che en sus viajes por América del Sur, muy bien retratados en la película Diarios de motocicleta. Granado había escrito el prólogo del libro de Andrés, América en bicicleta, por lo que lo fuimos a visitar para agradecerle ese gesto. Encontramos a un hombre de 87 años que conserva la lucidez y el humor, que sigue siendo, antes que nada, un gran viajero.
En La Habana nos alojamos en la casa de Marisel, la hija de nuestro amigo Luis Guerra, y Gilberto, su compañero. Pasamos unos días como cubanos, viajando en guagua para ir al centro (más de una hora de viaje desde el barrio La Coronela, en las afueras de la ciudad). Encontramos la isla mucho mejor económicamente que cuando estuvimos allí once años antes, afrontando el desafío de continuar la Revolución sin la guía de Fidel.
Después de unos días plagados de actividades, aunque sin pedalear, volvimos a México DF, desde donde emprendimos el vuelo de vuelta a Buenos Aires.
En total, recorrimos en esta travesía 1.316 kilómetros en bicicleta, a través de los estados mexicanos de Chiapas, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo, vistamos las ruinas mayas de Palenque, Tohkob, Kabah, Uxmal, Chichén Itzá, Cobá y Tulum, cruzamos los altos de Chiapas, la selva Lacandona y el interior de la península del Yucatán. También pasamos por las ciudades históricas de Campeche, Mérida y Valladolid, y las reservas naturales de Agua Azul, Misol Há, Agua Clara, Pantanos de Centla, Laguna de Términos y conocimos los Arrecifes de Puerto Morelos.
Antes y después del pedaleo, compartimos con grandes amigos las visitas a la ciudad de México y a La Habana. De esta manera concluimos un viaje que complementó nuestro recorrido en tándem alrededor del mundo, pues este tramo era una de las alternativas que habíamos contemplado en el trazado de la ruta y que tuvimos que descartar, en aquella ocasión, por razones de tiempo. En síntesis, un viaje que valió la pena.
Ver las fotos de nuestra estancia en La Habana.
Saliendo de las grandes ruinas mayas de Chichén Itzá, que una de esas dudosas compulsas de Internet nombró una de las nuevas siete maravillas del mundo (curioso denominar “nueva maravilla” a un lugar deshabitado desde hace por lo menos siete siglos), hicimos tres jornadas relativamente cortas en las que pedaleamos de mañana para visitar por la tarde tres sitios interesantes: la ciudad de Valladolid, la zona arqueológica de Cobá y la principal ciudad maya sobre la costa, Tulum.
Valladolid es una ciudad de aspecto colonial, tranquila, fundada como su nombre lo indica por los españoles como un asentamiento destinado a controlar el interior del Yucatán, donde la resistencia indígena se prolongó durante largos años, con posterioridad al final de la conquista de los mayas por Fernando de Montejo padre, hijo y sobrino, tres conquistadores homónimos que a lo largo de veinte años de guerra brutal barrieron los señoríos mayas. La resistencia de los indígenas se prolongó durante siglos, y en Valladolid se expresó en forma dura durante la llamada Guerra de Castas, un levantamiento que empezó en 1847 y que duró cerca de cincuenta años, hasta difuminarse sin haberse resuelto la mayoría de las causas de sobreexplotación y miseria que la habían originado. La ciudad fue ocupada por los rebeldes y los habitantes “blancos” la abandonaron hasta que el ejército federal la recuperó unos años después. Una curiosa prueba de esta situación pudimos observar en el convento que visitamos en la ciudad: los arqueólogos rescataron del fondo de un cenote (los cenotes son estanques, generalmente ocultos por cavernas y grutas, de aguas subterráneas que constituyen la mayor fuente hídrica del Yucatán y que fueron sagrados para los mayas) una gran cantidad de armas de la época que los fugitivos arrojaron al agua para que no cayeran en manos de los insurgentes durante la precipitada huída.
La Guerra de Castas prueba de forma brutal hasta qué punto los sectores dominantes del México “independiente” seguían pensand a su sociedad, por lo menos en el Yucatán, en términos coloniales, donde los indios eran el vencido y el sujeto dominado y ellos, los descendientes de los conquistadores, los amos y señores. El estallido del episodio coincidió con la guerra de anexión en que los Estados Unidos arrebataron la mitad del territorio mexicano (los actuales Texas y California, entre otros estados): ante la imposibilidad de que el ejército mexicano acudiera en su ayuda, los aristócratas yucatecos pidieron auxilio a potencias extranjeras como Alemania, España, Inglaterra y los propios Estados Unidos, cediendo su soberanía a cambio del sometimiento de la revuelta. Las potencias no se mostraron interesadas, y el ejército mexicano intervino algunos años después, confinando a los insurgentes mayas a las profundidades de la selva, sin derrotarlos definitivamente.
Dejamos Valladolid para visitar las ruinas de Cobá, una ciudad maya que está poco reconstruida pero que es interesante de ver por su ubicación en un ambiente natural selvático. Las estructuras están dispersas en un área bastante grande unida por senderos construidos originalmente por los habitantes prehispánicos. Una de sus pirámides posee unas escalinatas de ascenso trabajoso y descenso de vértigo, desde donde se aprecia la enormidad de la selva yucateca.
La próxima parada fue Tulum, una muy linda ciudadela del período maya tardío que tiene la característica de estar junto al mar. Llegamos entonces, por fin, a las costas del Caribe, aunque tuvimos viento contrario en toda la ruta. Al acercarnos a Tulum, paramos en un barcito en la ruta, donde encontramos una serie de personajes curiosos, como un canadiense dueño de un “rancho”, que nos contó que vivía en la zona desde hacía treinta años y que una vez cada dos meses se iba en auto a pescar y cazar a Canadá, en una viaje de una semana de ida y otra de vuelta. El dueño del bar, por su parte, era del DF, y nos mostró los planes de construcción de un aeropuerto internacional en la zona. Posiblemente, la entrada en funcionamiento de este aeropuerto, al facilitar la llegada de los turistas sin tener que pasar por Cancún, terminará de transformar a la región en una sucesión de resorts y hoteles exclusivos.
De Tulum decidimos ir hacia Puerto Morelos, unos veinte kilómetros antes de llegar al aeropuerto de Cancún, para descansar un día en la playa antes de volar a Cuba, donde pasaríamos la última semana de este viaje. Esta última etapa fueron unos cien kilómetros que hicimos a buen ritmo, aprovechando un viento favorable. La carretera se había transformado en una autopista cuyos carteles indicadores no señalaban pueblos sino hoteles cinco estrellas y parques temáticos para el turismo, mayoritariamente estadounidense, que inunda la zona todo el año. Pasamos de largo Playa del Carmen y otros lugares famosos entre los turistas y llegamos bastante temprano a Puerto Morelos, lo que resultó una decisión acertada, al tratarse de un pueblo de pescadores transformado en centro de vacaciones pero a una escala más humana.
Al día siguiente la idea de playa se desmoronó: hacía bastante frío, viento y estaba completamente nublado. Pero a pocos centenares de metros mar adentro había una barrera de arrecifes, el Parque Nacional Arrecifes de Puerto Morelos, y se podía hacer snorkelling por no demasiado dinero. Así que salimos en una lancha, nos pusimos las máscaras y las patas de rana y pasamos unas dos horas observando la variada y colorida fauna submarina del Caribe, incluyendo un par de grandes mantarrayas.
Al día siguiente, salimos para hacer los últimos 25 km en bicicleta de este viaje, hasta el aeropuerto de Cancún, el mismo punto donde Andrés terminó su viaje de 15.000 kilómetros por América Latina en 1998, con el mismo destino, la isla de Cuba.
Ver las fotos del recorrido por el estado de Quintana Roo.
UNA SEMANA EN LA HABANA
Si bien no anduvimos en bicicleta, pasamos unos interesantes días en la capital cubana. Visitamos viejos amigos, como Manolo Guillot y Orlando Cruz, y conocimos a Alberto Granado, el compañero de aventuras del Che en sus viajes por América del Sur, muy bien retratados en la película Diarios de motocicleta. Granado había escrito el prólogo del libro de Andrés, América en bicicleta, por lo que lo fuimos a visitar para agradecerle ese gesto. Encontramos a un hombre de 87 años que conserva la lucidez y el humor, que sigue siendo, antes que nada, un gran viajero.
En La Habana nos alojamos en la casa de Marisel, la hija de nuestro amigo Luis Guerra, y Gilberto, su compañero. Pasamos unos días como cubanos, viajando en guagua para ir al centro (más de una hora de viaje desde el barrio La Coronela, en las afueras de la ciudad). Encontramos la isla mucho mejor económicamente que cuando estuvimos allí once años antes, afrontando el desafío de continuar la Revolución sin la guía de Fidel.
Después de unos días plagados de actividades, aunque sin pedalear, volvimos a México DF, desde donde emprendimos el vuelo de vuelta a Buenos Aires.
En total, recorrimos en esta travesía 1.316 kilómetros en bicicleta, a través de los estados mexicanos de Chiapas, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo, vistamos las ruinas mayas de Palenque, Tohkob, Kabah, Uxmal, Chichén Itzá, Cobá y Tulum, cruzamos los altos de Chiapas, la selva Lacandona y el interior de la península del Yucatán. También pasamos por las ciudades históricas de Campeche, Mérida y Valladolid, y las reservas naturales de Agua Azul, Misol Há, Agua Clara, Pantanos de Centla, Laguna de Términos y conocimos los Arrecifes de Puerto Morelos.
Antes y después del pedaleo, compartimos con grandes amigos las visitas a la ciudad de México y a La Habana. De esta manera concluimos un viaje que complementó nuestro recorrido en tándem alrededor del mundo, pues este tramo era una de las alternativas que habíamos contemplado en el trazado de la ruta y que tuvimos que descartar, en aquella ocasión, por razones de tiempo. En síntesis, un viaje que valió la pena.
Ver las fotos de nuestra estancia en La Habana.